Estaba dirigido primordialmente a un público burgués, por lo que su estatus de arte «oficial», junto a la frecuente acusación de conservadurismo y de falta de imaginación -según el concepto romántico de que el arte no se puede enseñar-, provocó que a finales del siglo XIX el academicismo adquiriese un sentido peyorativo, al considerarse anclado en el pasado y reproductor de fórmulas anquilosadas.